This is a Spanish translation of TIME’s international edition cover story dated Feb. 24. The original can be read here.
A las 9 en punto de una noche de febrero, el presidente mexicano Enrique Peña Nieto todavía estaba trabajando en Los Pinos, su residencia oficial en Ciudad de México. Afuera, soldados con fusiles automáticos hacían guardia. Para el mandatario de 47 años, era un recordatorio de que la presidencia es un trabajo de enorme importancia, especialmente en este momento clave de la historia mexicana.
Hace cinco años, la violencia producto del narcotráfico estaba explotando, la economía mexicana tambaleaba y un reporte del Pentágono comparaba al país azteca con Pakistán, una nación infestada de terroristas, al decir que ambos corrían el riesgo de un “rápido y súbito colapso”. Cuando Barack Obama se preparaba para asumir la presidencia en 2008, uno de sus altos asesores de política exterior de manera privada nominó a México como el problema más subestimado del gobierno de Estados Unidos.
Hoy las alarmas están siendo reemplazadas por aplausos. Después de un año en el gobierno, Peña Nieto logró aprobar el paquete de reformas sociales, políticas y económicas más ambicioso del que se tenga memoria. Las fuerzas económicas globales también han cambiado a favor de su país. A eso hay que sumarle la apertura de las reservas de petróleo a la inversión extranjera por primera vez en 75 años y que los entendidos han comenzado a apostar por el poder del peso. “Entre los inversionistas de Wall Street, diría que México es por lejos la nación favorita en este momento”, dice Ruchir Sharma, jefe de mercados emergentes de Morgan Stanley. “Pasó de ser un país que la gente daba por perdido a convertirse en el favorito”.
¿Pruebas? El 5 de febrero, los bonos soberanos de México recibieron una calificación A3 por primera vez en la historia cuando Moody’s revisó su evaluación de las perspectivas del país, ubicándolo por encima de Brasil, el país que alguna vez fuera el preferido de los inversionistas internacionales, y convirtiéndolo en solo la segunda nación latinoamericana después de Chile en recibir una A.
“Creo que las condiciones son muy favorables para que México crezca”, dijo Peña Nieto a TIME en una entrevista en Los Pinos. “Soy muy optimista”.
Y compartirá ese optimismo con Obama cuando el presidente de Estados Unidos llegue a México para la Cumbre de Líderes de América del Norte el 19 de febrero. Obama probablemente asentirá: un auge en México —integrado con la economía estadounidense en una infinidad de maneras— impulsaría el crecimiento económico de EE.UU. y reduciría aún más el ya decreciente flujo de inmigrantes ilegales que cruza los 3.110 kilómetros de la frontera que comparten.
Pero el “momento de México”, como muchos lo llaman, podría ser una decepción. La corrupción y los malos manejos son endémicos a la política mexicana. Algunas de las reformas de Peña Nieto generan una feroz resistencia. Y el narcotráfico, con el crimen y la violencia que lo acompañan, continúan siendo un hecho decisivo. Después de su entrevista con TIME, Peña Nieto fue directo a una reunión para planear su viaje del día siguiente a Michoacán, un estado cercano en donde se han formados grupos de civiles armados —que se identifican como “autodefensas”— para combatir a los jefes narcos que han tomado el control de sus pueblos.
Funcionarios y expertos tanto en México como en EE.UU. describen un país en un momento bisagra. “Esto es dramáticamente diferente de lo que hemos visto antes”, dice Duncan Wood, director del Mexico Institute en el Wilson Center. “Me reservo el juicio por el momento acerca de si todo esto va a resultar”.
Una nueva generación
Peña Nieto se presenta como un reformista nuevo y joven, pero es un producto de la elite gobernante que ayudó a llevar a México al borde de la ruina. Tanto su tío como su padrino fueron gobernadores del estado de México, un puesto que él mismo asumió en 2005 cuando tenía 38 años. Es miembro del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó el país durante 71 años —a menudo con la ayuda de resultados electorales considerados fraudulentos— hasta que perdió del poder en el año 2000. Peña Nieto resucitó al PRI prometiendo resultados audaces y tangibles a un país en gran medida resignado a la corrupción y la estasis. “Entre 2000 y 2012, los partidos de oposición deliberadamente bloquearon las grandes reformas que eran necesarias”, dice Wood. Peña Nieto prometió reformar el sector energético, manejado por el Estado, y el sistema tributario, y contener la brutalidad de la guerra del narcotráfico.
A las ambiciosas promesas se le sumó el atractivo del candidato: los mitines de Peña Nieto a veces estaban cargados de una sutil energía sexual. O no tan sutil: “Peña Nieto, bombón, te quiero en mi colchón”, cantaban las mujeres.
Los rivales de Peña Nieto hicieron su mejor esfuerzo para usar esto en su contra y calificarlo como un niño bonito y superficial. Así gozaron cuando, durante un evento en la Feria del Libro de Guadalajara, sufrió para nombrar tres libros que han marcado su vida (“y eso que está la Biblia”, dice entre risas un ex funcionario estadounidense).
Al final, en el verano de 2012 en una elección con tres candidatos, Peña Nieto ganó con sólo el 38% de los votos, lo que no es precisamente un mandato para un cambio generacional. El secreto de su reciente éxito está en la manera en que construyó una poderosa coalición legislativa tras ser elegido. Después de reunirse en secreto con los dos principales partidos de la oposición, logró el gran pacto legislativo que ha eludido a Obama al norte de la frontera. El resultado, el llamado Pacto por México, dejó contentos a los liberales al aumentar los impuestos a los más ricos y a los conservadores al poner fin a la prohibición de la reelección política, mientras que Peña Nieto obtuvo el respaldo para una serie de reformas, entre ellas la apertura del monopolio petrolero del país.
Incluso después de que el acuerdo se anunciara, los cínicos dudaron de que el sistema político mexicano pudiera cumplir. Pero todo lo que pueda faltarle en conocimiento literario, Peña Nieto lo compensa con habilidad política. Es asesorado por un grupo de jóvenes tecnócratas, muchos con títulos avanzados que obtuvieron en el extranjero, quienes le dieron una cara más moderna a la muy vieja y poco creíble maquinaria del PRI. Entre ellos están Luis Videgaray Caso, un economista de 45 años con un doctorado de MIT que hoy es el secretario de Hacienda y quien es el principal asesor del Presidente desde hace mucho tiempo, y Emilio Lozoya Austin, que con 39 años y una maestría de Harvard es el nuevo director general de la petrolera estatal Pemex. A cargo de la poderosa Secretaría de Gobernación (equivalente a un Ministerio del Interior) está Miguel Ángel Osorio Chong, quien a sus 49 años tiene la tarea de liderar la guerra de México contra el narcotráfico. Todos ellos se reunieron recientemente con TIME en Ciudad de México.
Sentado en una oficina personal cerca de un teléfono rojo que lo comunica directamente con el Presidente, Videgaray asegura que los comentarios que dicen que él es el verdadero cerebro detrás de las reformas de Peña Nieto “no son para nada la realidad”. Y agrega que “el momento era el correcto. México necesitaba cambios fundamentales”.
La nueva política del petróleo
“¡Traidores! ¡Traidores!” eran los gritos que se escuchaban desde el interior del Congreso mexicano el 12 de diciembre. Los opositores a una medida que permitía la inversión extranjera en el sector petrolero del país habían puesto barricadas y bloqueado los accesos a la Cámara de Diputados, lo que obligó a trasladar la discusión a un auditorio cercano. Un legislador se desnudó y quedó solo en ropa interior mientras reclamaba desde el estrado acerca del despojo que había sufrido el país.
Esta pasión surge de la historia políticamente cargada que tiene el petróleo en México, que ocupa el undécimo lugar en la lista de las mayores reservas del mundo, justo detrás de Brasil en el hemisferio occidental. Un enorme monumento y una fuente cerca del centro de Ciudad de México conmemoran el día de 1938 en que el presidente Lázaro Cárdenas, harto de que las petroleras estadounidenses y británicas se llevaran las ganancias lejos de México, declarara que el petróleo del país pertenecía a sus ciudadanos y que no podía ser propiedad de extranjeros. México celebra cada año el 18 de marzo la nacionalización del petróleo como un feriado cívico.
Pero respetar el orgullo nacional significó que México se perdiera el auge energético mundial. Mientras el precio del petróleo se ha casi cuadruplicado en la última década y ha enriquecido a los grandes productores, la producción mexicana ha caído en 25%, debido a que la esclerótica Pemex carece del capital y de la experiencia para explotar las reservas del país. “Reconocieron que los monopolios gubernamentales han dejado de funcionar y que no han aprovechado el aporte del espíritu emprendedor y el capital privado”, dice Ed Morse, jefe de estudios globales de commodities de Citibank. Mientras tanto, el boom de la producción petrolera de EE.UU. ha reducido las exportaciones mexicanas de crudo a los 48 estados contiguos de EE.UU., lo que los ha forzado a buscar otros mercados.
Bajo la nueva ley, los extranjeros podrán volver a explorar petróleo en México y extraer crudo mexicano con fines de lucro, aunque técnicamente éste siga perteneciendo al pueblo, algo que Peña Nieto se cuida de resaltar. “El mundo ha cambiado, y sobre todo el sector de la energía ha cambiado”, dice el presidente mexicano para refutar a quienes lo acusan de despojar al país de sus recursos naturales. “El Estado no transa en su lectura de que la propiedad sigue siendo de México. Pertenece a todos los mexicanos”.
A pesar de todo el dramatismo, la reforma petrolera quizá no sea la victoria más importante de Peña Nieto. De hecho, el revuelo que levantó su reforma educativa fue aún mayor que la lucha por el petróleo. La ley que reformó la educación pública –un sistema absurdo en el cual los puestos de profesores son heredados generación en generación y a veces incluso vendidos—enfureció al poderoso sindicato de maestros, cuyos miembros paralizaron el pasado septiembre el centro de Ciudad de México con masivas manifestaciones callejeras.
Hay indicios también de que Peña Nieto enfrentará a los poderes más afianzados de México. El año pasado ordenó el arresto de la poderosa líder del sindicato de maestros, acusada de malversar millones en fondos gremiales. Y algunos observadores del mercado dicen que su plan para reformar las telecomunicaciones no es del agrado del magnate de ese sector Carlos Slim, el hombre más rico del país.
Si a eso se le suman una ley que ajusta el código tributario y una reforma que permite la reelección de todos los políticos federales, puede que estemos hablando de la sesión legislativa más productiva del mundo de la historia reciente. “Hay que darles notas extraordinarias tanto por instinto político como por gestión del proceso”, dice Tony Garza, el embajador estadounidense en México durante la presidencia de George W. Bush.
Peña Nieto además ha demostrado manejar bien los tiempos. El alza de los costos laborales en China ha abaratado los sueldos mexicanos, lo que revierte una tendencia que se dio durante la mayor parte de la década del 2000. En tanto, una desaceleración ha desanimado el entusiasmo extranjero por la economía brasileña, con lo cual México se ve aún más atractivo. Incluso los detractores de Peña Nieto no niegan que ha cumplido con los cambios que podrían transformar la economía mexicana. “La cuestión”, dice el senador Manuel Camacho Solís, del opositor Partido de la Revolución Democrática (PRD), “es si dará el resultado que quieren”.
Camacho Solís sospecha que el programa de Peña Nieto es más popular en Davos que en Xico. “Los inversionistas aplauden. Los periódicos fuera del país aplauden. ¿Entonces por qué sigue cayendo la imagen del presidente?”, sostiene el senador, apuntando a la caída de varios puntos porcentuales por debajo del 50% que ha sufrido el índice de aprobación de Peña Nieto. (Algunos adjudican la caída a la reciente pausa del crecimiento económico que algunos economistas consideran temporal).
En un país donde reina la corrupción, un crecimiento acelerado probablemente producirá una oligarquía en vez de una prosperidad generalizada, advierte Camacho Solís. Afirma que Peña Nieto debe cumplir con su promesa de combatir la corrupción, aunque duda que eso vaya a ocurrir. “Si no hay voluntad política, entonces el resultado no será Noruega. Será la Rusia de Yeltsin”.
¿Un camino a la modernidad?
Incluso la Rusia de Yeltsin no tenía a criminales sicópatas como los que abundan hoy en México y amenazan con coartar su potencial. El narcotráfico tuvo su auge en el país a fines de los noventa, después de que una ofensiva encabezada por Estados Unidos cortara las rutas caribeñas y obligara a los narcotraficantes a encontrar nuevas vías en Centroamérica. La violencia extrema se instaló a la vez que los carteles luchaban por el negocio y el territorio. En 2009, la policía mexicana atrapó a un sicario del narcotráfico que parecía salido de la serie Breaking Bad: El Pozolero, como se le conocía, supuestamente disolvió unos 300 cuerpos en ácido. El punto más bajo quizá ocurrió una noche de 2006, cuando la concurrencia de un club nocturno de Michoacán vio rodar por la pista de baile cinco cabezas decapitadas.
Posteriormente, ese mismo año, el antecesor de Peña Nieto, Felipe Calderón, lanzó una enorme ofensiva contra los carteles y una campaña para poner fin al narcotráfico. Bush y Obama apuntalaron a 50.000 efectivos del Ejército mexicano con más de mil millones de dólares en financiamiento, equipamiento militar y aviones no tripulados. Pero al margen de noticias sobre los arrestos de varios capos, la iniciativa solo generó más violencia. Desde el inicio de la ofensiva de Calderón, la guerra contra las drogas ha cobrado la vida de más de 60.000 mexicanos.
Peña Nieto prometió hacerle frente a la violencia. Pero una vez en el poder pareció quitarle énfasis a la guerra contra las drogas. Las autoridades estadounidenses temen que los capos de los carteles entienden que la presión cederá sobre el narcotráfico siempre y cuando las cabezas –por así decirlo— paren de rodar. “El mensaje del gobierno en el exterior es acerca de cambiar la conversación sobre los carteles por el potencial económico de México”, afirma Wood.
Chong insiste en lo contrario. “No estamos mezclando seguridad con política”, dice el secretario de la Gobernación, quien, cabe destacar, tiene experiencia política al ser el ex gobernador del estado de Hidalgo. En una entrevista en su oficina privada –para evitar una parte de la ciudad paralizada por manifestaciones callejeras—, añade que la lucha contra el narcotráfico se lleva adelante con la centralización de la autoridad bajo su mando y que el gobierno ha capturado a capos de alto perfil, incluido el sádico líder del cartel de los Zetas, Miguel Ángel Treviño Morales, detenido en julio de 2013.
Los más escépticos se burlan de este relato optimista. Los asesinatos han disminuido en ciertas áreas, pero otros crímenes han aumentado. A fines de enero el presidente anunció una nueva iniciativa para combatir la reciente epidemia de secuestros.
Un caso aparte es la crisis en Michoacán, donde la aparición de los grupos armados de autodefensa tiene una preocupante similitud con la situación que vivió Colombia en los años ochenta con una guerra civil de baja intensidad. “Nadie sabe quién diablos es esta gente: si son grupos honestos y genuinos de autodefensa o si es un cartel que lucha contra otro”, indica Jorge Castañeda, ex canciller mexicano.
“Lo que ocurre en Michoacán es muy preocupante”, dice Shannon O’Neil, del Consejo de Relaciones Exteriores estadounidense. “Si no se puede arreglar el estado de derecho, no veo cómo puede prosperar la parte económica”.
Peña Nieto no niega la gravedad del problema. “Necesitamos restablecer el estado de derecho” en Michoacán, dice. (Al día siguiente anunció inversiones sociales y de infraestructura por US$ 3.400 millones). Pero, añade, “estamos recobrando el control territorial”. Toma un gráfico de su jefe de gabinete que muestra la disminución de la violencia en varias ciudades problemáticas.
Se trata de una queja muy común entre funcionarios mexicanos: que los amplios avances en materia de seguridad se ven eclipsados por crímenes espeluznantes, pero acotados. “A veces la gente se fija en los eventos pero no en las estadísticas”, dice Chong.
Un alto funcionario del gobierno de Obama se muestra solidario. “Es un país grande”, dice, y recuerda el llamado nervioso de un ejecutivo de la industria automotriz estadounidense que se dirigía a una convención en una importante ciudad mexicana. ¿Qué consejo le dio el funcionario? Relájate. “Es el equivalente a ir a Los Ángeles a una convención y escuchar acerca de un tiroteo o un secuestro en Alabama. ¿Te sentirías inseguro?”.
La seguridad no es el único obstáculo para el auge económico. En primer lugar, las reformas del año pasado aún requieren una serie de legislaciones secundarias para delinear los detalles. Aprobarlas tomará mucho trabajo, aunque la buena noticia es que —a diferencia de las reformas constitucionales del año pasado a través de leyes marco que requirieron mayorías de dos tercios en el Congreso— estas leyes sólo requieren una mayoría simple.
Peña Nieto hace una lectura a largo plazo. “No estamos [trabajando] sólo con un objetivo a corto plazo”, dice. “Tenemos un horizonte más amplio, sin pensar en lo que dicen las encuestas”.
Incluso si algunas reformas se quedan cortas, ha pasado mucho tiempo desde que México tuvo grandes pactos políticos, una economía en alza y optimismo acerca del futuro. La idea podría haber sido irrisoria hasta hace poco. ¿Pero será posible que los líderes de EE.UU. tal vez tengan que aprender un par de cosas del renacer de su vecino del sur?
— reportado por Dolly Mascareñas/Ciudad de México